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El Mountain Bike nos dió vida: historia de cómo el deporte nos transformó

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El Mountain Bike nos dió vida: historia de cómo el deporte nos transformó

En el año 2012, un inadvertido, pero no tan desconocido, ganglio inflamado hizo su primera aparición y de forma muy rápida recibimos un diagnóstico de cáncer. Este tipo de noticias, realmente, nos hacen pensar qué estamos haciendo HOY y si eso es suficiente para contrarrestar los riesgos que nuestra vida empieza a tener a medida que pasan los años o cuando sobrevienen enfermedades.

 

Esas preguntas hechas por una persona con una estructura de personalidad muy emotiva hacen que las respuestas tengan un tránsito más largo antes de llegar a una respuesta final. Pero, en el caso de una persona muy racional, la respuesta se revela de manera más rápida y sensata. Ninguna opción es mejor que otra, solo que el camino tiene tiempos y una mezcla de emociones distintos, dependiendo de la mirada del análisis.

La historia paralela a la pasión por el deporte

Con esto en mente, la estructura de personalidad de mi esposo, tremendamente racional y analítica, se permitió llegar a una respuesta: retomar la bicicleta todoterreno, un deporte que en el pasado ya había generado experiencias muy gratas y que, además, lo conectaba con lo vital. La salud ahora era vista con mayor optimismo, porque rodar en las montañas vallecaucanas era mítico, tremendamente retador y requería mucha técnica.

Esta aventura, entonces, es el punto de partida de una serie de años donde las idas a las sesiones de quimioterapia fueron menos devastadoras, pues empezamos a creer y vivir el dicho cuando entendí que lo que me voy a llevar en esta vida es lo que vivo, empecé a vivir lo que me quiero llevar.

 

La pregunta, aquella de ¿qué estamos haciendo hoy?, ya tenía una respuesta, ya sabíamos lo que nos queríamos llevar, la respuesta que nos hacía sentir orgullosos miembros de la elite de ciclistas, ahora bien, el siguiente reto era evolucionar como tal.

Con los recursos propios se pueden hacer cosas maravillosas y bajo la premisa “invertir en deporte es invertir en vida” nos preparamos para que a las travesías no les faltara nada, teníamos el atuendo más adecuado para los escenarios naturales que visitábamos.

 

Más allá de la indumentaria, teníamos una constante fijación en la experiencia deportiva, en el rendimiento, en cómo el cuerpo respondía a la exigencia de la actividad física y cómo “la mente” respaldaba esa exigencia; la mayor pelea era contra las ideas de cansancio, era un “NO” rotundo a bajarnos de la bicicleta… jamás.

Era una permanente lucha por no perder el goce y la diversión, pese a que la adrenalina y actitud de competición, algunas veces, también generan naturalmente frustración y rabia.

¿Dónde quedó el cáncer?

Allí estaba, no se había ido del todo, pero ya no era lo más importante, pues la calidad de vida era indudablemente mejor ahora que estábamos metidos de lleno en el deporte.

 

La evolución en este deporte la mediamos por la cantidad de horas que aguantábamos un recorrido, por la técnica mejorada que usábamos al subir cuestas y montañas, por la capacidad analítica cuando veíamos un tour de ciclismo, por el cambio en la apariencia de nuestros músculos, por el control de la energía utilizada durante las etapas de las rodadas…

 

Todo lo anterior, si bien suena emocional, era más racional de lo que se imaginan, pues solo con buen juicio se logra salir de la nube negra que significa tener una enfermedad, lo que también puede oscurecer completamente la vida de una persona, y se empieza a pensar cómo mejorar sus niveles cada día y como mejorar la técnica. Esto, sumado a cómo visualizar un futuro lleno de salud y con todo previsto y asegurado, porque la última palabra no está en nosotros.

Una conexión con el deporte

Una vez conectados con un deporte, es posible transformar los hábitos y creencias que se tienen acerca de lo que uno es capaz de hacer y de la facultad para influir directamente en los resultados que queremos alcanzar, de lo contrario, siempre quedará a merced del destino.

 

Ahora bien, cuantas veces tenemos la intención de hacer deporte, pero ninguno nos conecta, no nos “enamora”.

En este sentido, apoyo totalmente la idea de que no hemos nacido dotados con super herramientas que nos hacen ser buenos en todo, por eso es tan importante entender dónde está nuestro potencial y utilizar inteligentemente nuestra genética para evolucionar en lo que mejor nos va, en lo que podemos hacer mejor y que además nos enamora.

 

Con lo anterior en mente, el deporte deja de tener un concepto lejano, solo apto para los más influyentes o populares en redes, y empieza a ser más cercano y posible para quienes se quieren arriesgar por primera vez o para quienes quieren vivir más y mejor, con diagnóstico o no, solo vivir mejor.

La reflexión final

Para hacer deporte o actividad física de mediana exigencia, no solamente se debe considerar nuestro fenotipo, sino identificar la estructura de personalidad. Como lo mencioné antes, debemos entender la capacidad de colocar nuestras habilidades en el momento, intensidad y combinatoria correcta.

Esta imagen tan significante, me recuerda las experiencias alrededor de un anhelo de vida, un deseo de sanarse, de respirar aire puro… El deporte que elegimos nos dio más que eso, nos dio experiencias, nos dio un matrimonio, nos dio un proyecto de vida.

 

Nuestra rehabilitación fue total, de mente y cuerpo.

Creemos firmemente que todos los seres humanos están en capacidad de hacer deporte, independientemente de que nos motiva, y para lograr tener más satisfacción personal debemos conocer nuestra epigenética, moduladores y habilidades.

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