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Elías Azulay, el hombre que descubrió el ADN emocional (ADNe®).

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Elías Azulay, el hombre que descubrió el ADN emocional (ADNe®).

MUNDIARIO entrevista al cerebro detrás de la innovadora medición algorítmica ADNe®, que en 3 minutos puede descifrar el comportamiento de una persona replicando el modelo sináptico.

 

Son las 13:00 horas de un frío día del mes de diciembre. Edificio Adolfo Domínguez en la calle Serrano 5 de Madrid. Ascensor. 4.ª planta. Sofá de piel. Me presento. Asienta con la cabeza. Me siento. Sonrío… Podríamos decir que Elías Azulay es una persona inquieta. Una especie de pensador a la antigua usanza que todos los días desea aprender algo nuevo para incorporarlo a lo ya sabido y, así, seguir esa constante búsqueda del conocimiento que tanto le entretiene.

 

¿Quién es Elías Azulay?

 

Este licenciado en Gestión y Administración de Empresas, MBA y Auditor de Sistemas, ejerció como Tutor General en el Biocampus Genoma España, ayudando a cientos de científicos de élite a desarrollar sus start-up. Es embajador de la Cátedra Innovación de la Universidad Politécnica de Valencia y fundador de su propia compañía: Jacobson, Steinberg & Goldman. Una firma que, entre otras cosas, ha desarrollado la innovadora tecnología algorítmica ADNe® que tanto está dando de qué hablar.

 

Percibo que mencionar todo esto incomoda bastante a Elías… así que comienzo la conversación con la más absoluta naturalidad.

 

Las preguntas

 

– Profesor Azulay, ¿cómo ha sido su relación con el mundo de la ciencia?

 

Una relación cordial y no exenta de libertad. Podría decir que me he esforzado en observar, pensar, aprender y entender muchas disciplinas y ninguna se ha puesto en mi contra. Así que mi relación con la ciencia ha sido buena… diría que privilegiada. La conocí hace más de 15 años y seguimos juntos…

 

– Imagino que usted de pequeño sería un “empollón”… ¿Era realmente así?

 

Pasaba totalmente desapercibido, pero yo intuía que mi cerebro funcionaba de forma algo distinta. Era de ese tipo de jóvenes que iban aprobando los cursos sin grandes esfuerzos y sin apenas profundizar en las materias. Me gustaba casi todo y a casi nada le dedicaba mucho tiempo, salvo en el caso de la música. No sabía lo que quería estudiar ni tenía claro lo que sería de mayor. Quizás en la actualidad me hubiesen diagnosticado TDAH… quien sabe.

 

– A usted se le conoce por conseguir grandes avances en lo relacionado con la medición de las emociones y, en particular, por el descubrimiento del algoritmo ADNe®. ¿Qué significado tiene dicho descubrimiento?

 

Es la primera vez que se replica el modelo sináptico. Esto quiere decir que podemos saber cómo es una persona y cómo va a reaccionar ante multitud de estímulos. Simplemente, hemos encontrado un traductor que convierte las emociones en números.

 

– Pero ¿usted ha estudiado psicología o neurología? Me lo puede explicar…

 

Probablemente, usted me esté preguntando por títulos y acreditaciones, mientras que quizás se trate de adquirir conocimientos y de cómo relacionarlos. He estudiado y me he interesado por dichas disciplinas. Además, la genética y la biología molecular me apasionan y es una suerte que se cruzasen en mi camino. Lo que ocurre es que yo no estudio; aprendo, y para que uno pueda aprender una disciplina, esta debe dejarse entender y uno entenderla a ella. Es un trabajo que corresponde a ambas partes. 

 

Además, en mis investigaciones siempre me rodeo de excelentes profesionales de diferentes áreas, como es el caso de la genética, la biología o la psicología. Uno no puede saber de todo y por eso me encanta relacionar teorías y experiencias a las que grandes científicos han dedicado su vida entera. ¿Sabe? ¿Ha leído a Eric Kandel? Grande… es muy grande.

 

– Profesor… ¿Cómo se puede medir la emoción?

 

Muy fácil. Sabemos que todo lo que percibimos, sentimos, aprendemos y memorizamos se debe a la actividad neurotransmisora, pero está claro que no podemos abrirle la cabeza a una persona para ver cómo piensa y cuánto libera a nivel neurotransmisor. Las nuevas tecnologías como la neuroimagen no nos ayudan demasiado en este campo y por supuesto que la concentración hormonal en sangre, tampoco.

 

Se trata de replicar el funcionamiento sináptico a través de un modelo matemático… como la música, como la genética…

 

– ¿Me podría poner un ejemplo sobre esa relación de la medición emocional con la música?

 

Por supuesto. Mire, un acorde está compuesto por diferentes notas. Por ejemplo, un DO mayor se compone de un DO dominante, un SOL y de un MI.

 

Si usted incrementa una nota más en dicho acorde, por ejemplo un SI, obtenemos un DO mayor 7ª. Un acorde mucho más amplio, más dulce y más abierto que el DO mayor original. Un acorde que apunta hacia nuevas combinaciones y hacia nuevas rutas. Si además planteamos diferentes “tempos” para cada una de las notas, obtenemos miles de millones de combinaciones distintas. No olvide que la 9ª Sinfonía de Beethoven o La Barbacoa de Georgie Dann poseen la misma raíz de 7 notas. No hay más.

 

Las emociones, como transacciones sinápticas que son, se comportan exactamente igual. Todos poseemos los mismos neurotransmisores, pero los ordenamos y los combinamos de forma diferente.

 

– Todo esto es muy interesante, sin embargo… ¿Es cierto que con una sola medición de apenas 3 minutos se puede saber todo sobre el comportamiento de una persona?

 

Casi todo… (risas). Sí. Es así. El modelo sináptico es único en cada individuo. Es como una huella dactilar. En dicho modelo intervienen de manera solidaria la expresión génica, los aminoácidos precursores y los procesos metabólicos. Todos estos elementos y su forma de actuar, son indicadores individualizados. Con la medición algorítmica ADNe® se tiene acceso al “eje emocional” a través de un código único e intransferible. Dicho eje individual se compone de más de 11 millones de oscilaciones posibles, ofreciendo lo que se denomina habitualmente como “conducta”.

 

Lo que ocurre es que yo no estudio; aprendo, y para que uno pueda aprender una disciplina, esta debe dejarse entender y uno entenderla a ella.

 

– Está usted asustándome un poco. Entonces, ¿es posible saber cómo reaccionará una persona ante un suceso concreto?

 

Por supuesto. Mire, Rafael Yuste, el director del proyecto global Brain y uno de los más ilustres y modestos científicos que existen en la actualidad, decía no hace mucho tiempo que. En este caso, él se refiere a las bases moleculares del cerebro y del resto del SNC (Sistema Nervioso Central). Él nos ilustra sobre lo que llama “disparos neurales”.

 

Nuestra tecnología algorítmica anticipa esos resultados al trabajar con modelos “In Sílico” altamente predictivos y con una gran sofisticación computacional, otorgándole una ponderación mucho menor a los cálculos basados en la estadística modal. De esta manera, en el año 2018 pudimos fijar la alerta temprana de la enfermedad de Alzheimer. 

 

Actualmente, con esta tecnología podemos marcar la probabilidad de padecer esta y otras enfermedades neurodegenerativas como es el caso de la enfermedad de Parkinson. Lo mismo con más de 20 trastornos o desórdenes en el comportamiento.

 

– Entonces, parece que estamos en un nuevo escenario emocional impulsado por los avances en la computación y la genética. Pero, ¿qué me dice de la edición CRISPR en estos temas relacionados con el comportamiento?

 

Con estos asuntos hay que ser tan rigurosos como cautos, y así evitaremos el sensacionalismo. A pesar de que sabemos que las psicosis poseen un fundamento estructuralmente genético, está claro que con dicha modificación a través de estas u otras tijeras moleculares no solo se va a actuar sobre patologías de características fisiológicas, sino también sobre enfermedades mentales, aunque en la actualidad ese no sea el objetivo principal de su uso.

 

Tenga usted en cuenta que no conocemos con exactitud la acción progresiva y combinada de las diferentes expresiones génicas, las cuales se ramifican en vectores altamente combinables. Hay demasiadas enfermedades sobre las que desconocemos sus orígenes. Digamos que a lo mejor, y aunque parezca una barbaridad, podríamos curar la esquizofrenia, generando a su vez una predisposición a padecer cáncer de piel, por un inocente desabastecimiento y posterior reubicación del aminoácido tirosina en diferentes proteínas.

 

Con la tecnología algorítmica ADNe® podemos medir los efectos de dicha modificación, pero nunca estaremos en disposición de provocar esas variaciones. No es su papel. De todas formas el que más sabía de esto era Sydney Brenner.

 

– No hace mucho leí que parecía que se confirmaba lo que usted ya publicó sobre la relación entre el síndrome autista y el exceso en la liberación del neurotransmisor GABA. ¿Es esto cierto?

 

Bueno… estudiando e interpretando el comportamiento de una persona con autismo o que padezca cualquier otra serie de disfunciones sintomáticas podemos definir lo que llamamos un “persotipo de contraste” o “retrato robot”. Tenga en cuenta que el neurotransmisor GABA es muy original.

 

Su liberación desmesurada plantea una expresión génica errónea que afecta, y no de forma reactiva como podría darse en otros neurotransmisores, a un gran número de rutas metabólicas.

 

En definitiva, un superávit de GABA no permite una liberación normalizada de glutamato, y esta ausencia de liberación bloquea el acceso a nuevas cadenas y combinaciones sinápticas. 

 

Kandel (premio Nobel en Medicina y Fisiología 2000) identificó que una duplicación en un segmento del ADN del cromosoma 7 repercutía en un comportamiento aislado y antisocial muy similar al manifestado por los afectados por el síndrome autista. En cambio, una deleción, rotura o ausencia de ese mismo segmento hacía que se manifestara una desmesurada actividad social y relacional que en términos sintomáticos se denomina Síndrome de Williams.

 

La pregunta sería… ¿Qué información posee ese pequeño segmento que su variación hace que dos personas se comporten de forma diametralmente opuesta, e incluso posean rasgos físicos muy determinados? En teoría, en un futuro, podríamos ser eternos, pero no creo que ese camino sea la mejor opción.

 

– Me gustaría saber su opinión sobre si estamos cerca de vencer a la muerte.

 

En términos genéticos ya somos eternos; aun así, la transmisión génica carece de consciencia. En teoría, en un futuro, podríamos ser eternos, pero no creo que ese camino sea la mejor opción. Nuestro cerebro, estando sano, no evolucionaría mucho más. Aunque parezca mentira, parte de la evolución celular se da por errores en la transcripción.

 

– ¿Cuál es el legado que dejará el ADNe® al mundo?

 

Creo que el legado que dejará es más un modelo de pensamiento que una fórmula científica concreta. Ningún investigador termina la investigación que inicia… así que el problema será para los que vengan. 

 

De momento, el algoritmo se encuentra en un pendrive, fuertemente custodiado. Ya sabe… al estilo 007… (risas). La marca está registrada y todo el modelo conceptual está protegido por propiedad intelectual.

 

De las ideas diferentes nace la colaboración, pero desgraciadamente también de esas diferencias suelen aparecer las discusiones y los celos. Lo mejor es ir por delante o por detrás, pero nunca a la vez. Eso genera mucha ansiedad. El mundo científico es tan extremadamente competitivo que solo le pido al aquellos que quieran copiar o plagiar algo, que lo hagan lo mejor posible. 

 

Entrevista tomada de @mundiario

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